sábado, 15 de noviembre de 2008

ARCOS DE LA FRONTERA

Arcos de la Frontera, una ciudad tan hermosa que fascina. Cuando paseo por sus calles, intento verla con los ojos del visitante, sin pretender nada más allá que contemplarla con la mirada del que la descubre por primera vez y me dejo llevar por la sorpresa en cada esquina y en cada rincón, en cada callejuela empinada. Intento olvidar el tránsito de motos ruidosas sorteando los enojados turistas; los obstáculos de los coches aparcados por doquier; los cientos de carteles del "se vende" (muchos en inglés); las puertas de las iglesias y palacios cerradas a cal y canto, impenetrables a las miradas de los curiosos visitantes; las casas deshabitadas; los comercios cerrados; la plaza del Cabildo convertida en un abigarrado parquing. Porque, a veces, si miro esta ciudad con ojos diferentes a los de un visitante ocasional y fascinado, tengo la sensación de que los ciudadanos de Arcos viven de espaldas a su casco viejo y de que la ciudad antigua parece estar muriendo poco a poco. Y entones, siento que Arcos es hermosa pero no acogedora y que le falta el orgullo e interés de sus habitantes por conservarla y, sobre todo, por mostrarla.

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